miércoles, 3 de septiembre de 2008

Síndrome de la Abuela Esclava

el sindrome de lA abuela esclava

pandemia del siglo XXI

Dr. Antonio Guijarro Morales

Cardiólogo - Granada

aguijarro@jet.es

El Síndrome de la Abuela Esclava es un problema sanitario y social muy frecuente y grave en mujeres adultas, potencialmente mortal, a veces por suicidio. En los siguientes párrafos se resumen el perfil y proceso de génesis de una "abuela esclava", así como el papel que todos los ciudadanos podemos desempeñar para su erradicación.

A. EL ORIGEN.

En origen una "abuela esclava" es una mujer adulta con responsabilidades directas de ama de casa, voluntariamente asumidas con agrado, que, por razones educacionales y psicológicas, tiene un extraordinario sentido del orden, la responsabilidad, la dignidad y el pudor.

Con tan magníficas virtudes es natural que, durante muchos años, estas mujeres han sido extraordinarias hijas, amas de casa, madres y esposas.

Se hicieron abuelas sin darse cuenta, estando en la flor de la vida, fuertes, sanas, incluso bellas. Con agrado asumen la crianza y cuidado de los nietos, como si volvieran a ser madres por segunda vez, pero con un carácter aún más placentero, gratificante y cariñoso.

B. EL TIEMPO.

Pasan los años sin darse nadie cuenta.

Las cargas y el estrés familiares se multiplican:

Más yernos y nueras, a veces dupli o triplicados por divorcios, separaciones y todo tipo de emparejamientos.

Los nietos crecen, así como sus necesidades y las responsabilidades de quien los tutela en la práctica diaria.

Los nietos y sus padres con frecuencia traen a familiares y amigos para que gocen de la hospitalidad de la envidiable abuela.

Para colmo un hermano que enferma o se separa y hay que echarle una mano, y a veces unos padres o tíos queridos que aún viven, y que, aunque los nietos ya se encargaron de ingresarlos en una residencia, la hija o sobrina (la abuela esclava) todavía debe de visitarlos al menos de vez en cuando.

La capacidad física y emocional de la abuela también se resiente al paso de las hojas del almanaque. A veces una enfermedad asociada merma aún más sus fuerzas.

C. EL DESEQUILIBRIO.

Llega un momento en que las capacidades y la voluntad de la abuela no son suficientes para cumplir con las tareas que desde hace años está desempeñando.

Pero no renuncia a ellas.

Se produce un desequilibrio.

Si no se pone oportuno remedio se genera una nueva abuela esclava.

Una más, entre millares.

D. INEXPRESIVIDAD Y CEGUERA.

Ni la abuela ni sus hijos se dan cuenta, con suficiente clarividencia, de lo que está ocurriendo.

Solo creen, o quieren creer, que la ligera hipertensión o la trivial diabetes o la ansiedad que se le ha metido a la abuela son la causa de que ésta, en los últimos meses, haya perdido la alegría de vivir, se sienta mal y empiece con achaques: pinchazos por el pecho, malestar indefinido, dolores, flojeras, mareos, etc.

La abuela acude reiteradamente a médicos y servicios de urgencia, contando sus achaques, pero sin desvelar claramente el tipo de estrés a que está sometida.

Si tiene enfermedades orgánicas no responden adecuadamente a los tratamientos convencionales. Si no tiene enfermedades orgánicas, los ansiolíticos, vitaminas, psicoterapias, quiromancias y esoterismos no solo no la mejoran sino que en general la agravan.

Los ingresos de varios días en el Hospital, las estancias en hoteles con grupos de jubilados afines, o la permanencia como huésped (de descanso) en casas de familiares le mejoran extraordinariamente.

Los síntomas reaparecen al reasumir las tareas habituales.

Razones educacionales y psicológicas le impiden pedir auxilio con suficiente expresividad.

Está frustrada porque sus hijos están ciegos ante la situación, y no la entienden ni siquiera cuando ella, tímidamente, intenta expresarse.

Teme especialmente a la Ley del Todo a la Nada. Sus hijos pueden reaccionar exageradamente diciéndole: "No te preocupes, si estás malita no te traeremos a los nietos, para que no te molesten". La interrupción drástica, brutal, del contacto gratificante con los nietos, para este tipo de abuela, es peor que morir.

E. LA SINRAZÓN.

Se auto inculpa: Ya no sirve para nada, y cada día será peor.

Tras la incomprensión de sus seres más queridos, a los que ama en forma indescriptible, empieza a vislumbrar recelos, reproches, a veces sorna y desamor.

¿Quizás mañana el desprecio? En ese punto le asalta un pensamiento fijo autodestructivo.

La pobre loca de amor familiar llega a creer que la única manera de descansar definitivamente será dejando este ingrato mundo.

En su desvarío está segura de que la familia será más feliz si se libera de esa carga inútil en que ella cree haberse convertido.

¡ UNA LUZ, DIOS, UNA LUZ !

Ojalá alguno de los miembros de la unidad familiar se dé cuenta a tiempo de la naturaleza del proceso y acierte a convencer a los demás parientes para redistribuirse equitativamente las cargas excesivas de la abuela.

Entre todos es fácil liberar a la abuela de las tareas que más le estresan: todas aquellas que precisan cumplimiento en un tiempo fijo o que comportan responsabilidades directas.

La abuela debe seguir en el centro de la unidad familiar, con el máximo contacto con los elementos más jóvenes. Ella será quizás la principal fuente de amor para los nietos, que les permitirá crecer emocionalmente saludables.

Pero la abuela jamás debe sentirse responsable de la seguridad de sus nietos. Prevenir e impedir los accidentes domésticos debe ser tarea asignada y asumida por otras personas más jóvenes.

Y NOSOTROS, ¿ QUÉ PINTAMOS EN ESTE ENTORNO ?

Siendo una enfermedad muy frecuente y grave, que puede provocar la muerte, incluso por suicidio, tiene la particularidad de que su completa curación generalmente está en manos de los familiares más queridos de la paciente.

Lástima que suelen estar ciegos, ciegos, cegatos.

En algunos desgraciados casos no hay ninguna posibilidad factible familiar de descargar a la abuela de sus cadenas, o, si la liberación se produce, es sin el adecuado equilibrio y repartición de tareas, lo que da lugar a que, antes o después, se generará una nueva abuela esclava en aquella persona que hereda las cadenas de su antecesora.

Para resolver estos últimos supuestos la Sociedad debe estar suficientemente concienciada e informada del problema, para encontrarse en condiciones de generar oportunamente una ayuda social familiar justa cuando el caso lo requiera.

Para conseguir este objetivo de difusión y concienciación, no solo de las familias implicadas, sino también de la sociedad en general y de los agentes sociales más activos en particular, es imprescindible la colaboración de todos nosotros y de los medios de comunicación.

Tengamos en cuenta que si la abuela y sus familiares más íntimos ya estuviesen alertados, concienciados y dispuestos a actuar, con toda seguridad ya habrían solucionado el problema que les incumbe. Desgraciadamente seguimos conociendo demasiados casos donde no ocurre así.

En sociedad, armónicamente, unos a otros deberíamos abrirnos adecuadamente los ojos, con delicadeza pero sin paralizante pudor, y no sorprendernos de que todos nosotros, nosotros, nosotros mismos, los humanos, con frecuencia vemos antes la mota depositada en el ojo ajeno que la viga introducida en el nuestro propio.

El más eficaz agente sanitario para acabar con esta plaga de nuestro siglo XXI puede ser justamente usted, amigo o familiar, generalmente algo lejano, de la esclava, que conoce bien el problema y lo puede enjuiciar más objetivamente que los propios miembros del núcleo familiar.

Si conoce uno o más casos de abuela esclava lo debería comentar públicamente, con datos concretos, aunque sin identificar a las familias implicadas, mediante cartas abiertas a los directores, redactores o editores de los periódicos, radio y TV, así como participando personalmente o colaborando por teléfono en los debates o tertulias que se generen respecto al tema.

Vamos todos a contar lo que sabemos. Sin ofender a nadie, ya que nadie en este tema es "culpable", pero sin quedar pasivos ante una injusticia social tan inexplicablemente "ignorada".

Hagamos lo que nuestra conciencia nos demande.

Sin pudores esclavizantes ni temores infundados.

Liberemos por fin, entre todos, a las sufridas abuelas esclavas.

Porque es justo y se lo merecen.

Actuemos por todas las abuelas esclavas, por todas ellas. Por las que hoy lo son, por las que en el futuro pueden llegar a serlo, e incluso, aunque solo sea como homenaje, por aquellas que lo fueron y dejaron de serlo, tanto por justa y oportuna liberación como por un final menos afortunado.

BIBLIOGRAFÍA

A. Guijarro Morales. El Síndrome de la Abuela Esclava. Pandemia del Siglo XXI. Grupo Editorial Universitario. Granada, octubre 2001.

Información en Internet: http://personales.jet.es/aguijarro/abuela